Boletines/Chivilcoy

Ordenanza Nº10119

Ordenanza Nº 10119

Chivilcoy, 09/12/2021

ORDENANZA

Artículo 1°: Modifíquese el Artículo 1 de la ordenanza 7884/15 el que quedará redactado de la siguiente manera:

“Artículo 1°: Impleméntese en el ámbito de la municipalidad de Chivilcoy el programa “Baldosas por la memoria” con el fin de homenajear a los desaparecidos y asesinados por el Terrorismo de Estado durante la última dictadura militar, y a las Madres de Plaza de Mayo.”

Artículo 2º: Colóquese en la Plaza de la Memoria de Chivilcoy una baldosa en reconocimiento a las tres madres militantes en la Organización Madres de Plaza de Mayo cuyos nombres se adjuntan en el anexo 1.

Artículo 3°: Instrúyase al Departamento Ejecutivo Municipal, a través del área que corresponda, para la aplicación de la presente Ordenanza.

Artículo 4°: Impútense los gastos que se ocasionen para la implementación de la presente ordenanza a la partida presupuestaria correspondiente a la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Chivilcoy.

Anexo I

Las vidas de Carmela, Rita y Adelina[1]

Rita Honoria Langone

Honoria Rita Langone, nació en O'Brien, una localidad que forma parte del Cuartel IX del partido de Bragado, el 25 de abril de 1919. Hija de Pascual Langone y Cristina Fortuna. Compañera inseparable de Raimundo Moro, con quien contrajo matrimonio en la localidad de O'Brien, el 9 de octubre de 1943. Raimundo, fue un conocido talabartero chivilcoyano y filósofo autodidacta que durante muchos años tuvo su negocio en la calle Pueyrredón, y un histórico militante en las filas del Partido Socialista. De este matrimonio nacieron dos hijos: Rita Delia, conocida con el sobrenombre de “Cielo” y Raimundo Raúl. Cielo, la mayor, y Raúl, tenían cinco años de diferencia.

Rita fue una mujer que decididamente rompió con los cánones que históricamente la cultura patriarcal asignó a la mujer. Se sumó al trabajo artesanal del cuero que tradicionalmente practicaba la familia Moro, y poco a poco con su compañero fueron haciendo crecer el taller.  Del arreglo de pelotas de futbol fueron incorporando poco a poco el servicio de ventas de artículos deportivos. “El motor comercial era Rita”, asegura Cielo[2], y agrega “ella era un soldado romano, una mujer con una gran fuerza que sabía imponerse cuando el caso lo requería, muy emprendedora y sobre todo con los pies bien puestos sobre la tierra.  Con Raimundo hacían el equilibrio perfecto”. Con él participaba de su militancia en el Socialismo colaborando activamente. Cielo nos relata que cuando Raimundo tenía que pronunciar un discurso, Rita se sentaba delante de todo y si entendía que el tiempo se prolongaba demasiado le hacía una seña con la mano imitando el corte de la tijera para que fuera terminando.

Viajar por el mundo fue una de las fascinaciones de Rita quien se las ingeniaba para convencer a su compañero y entusiasmarlo. “A Europa fueron muchas veces.  Estuvieron en España y desde España fueron a Marruecos, Francia, Inglaterra, Rusia…”. “Qué bien que viven en Rusia, decía Raimundo, y mamá le contestaba: ´No mientas, Moro, yo ví unas casitas muy pobres que parecían chozas´.  ´Ahí guardaban las herramientas’, contestaba papá”. Jorge Cosimanno, compañero de vida de Cielo, agrega: “La mamá de Cielo era una mujer extraordinaria. Los dos eran personas excelentes, de una humildad tremenda. Vivían muy austeramente, aun teniendo poder adquisitivo. Esto marcaba el perfil de cómo veían la realidad y como se veían ellos mismos. Recorrieron el mundo en una época en que viajar era caro. Ellos tenían resto económico para hacerlo y sin embargo vivían con una gran simpleza. Ellos representan a esas generaciones que hicieron el país, cosa que ahora se ve muy poco. Hoy se le saca al país en vez de aportarle.”

Gran jugadora de ajedrez, y amiga de jugar al truco. Ahí mentía, pero robando los porotos del adversario. Gran cocinera, le gustaba amasar y hacer pastas caseras. Cielo nos trae una anécdota que muestra la determinación que tenía su madre: “En casa hasta que cumplí los siete años no conocíamos la carne. Papá y mamá eran vegetarianos.  Iban a Córdoba a una comunidad naturista. El problema lo tuvimos un día que fuimos a comer a la casa de una prima y sirvieron carne. Con Raúl comimos de tal manera que nos descompusimos.  Cuando volvimos a casa, mamá con los brazos en jarra dijo: ´Desde hoy en adelante en esta casa se come carne´. Y así fue”.

La tranquila e intensa vida de Rita tiene un parteaguas cuando su hijo es secuestrado, desaparecido y finalmente asesinado. Raúl, había nacido en nuestra ciudad el 17 de agosto de 1949, y su secuestro y desaparición se produce el 3 de junio de 1976 y un mes después tienen la dolorosa certeza de su asesinato. Cuando desaparece Raúl, Cielo se traslada a la casa de su madre mientras Raimundo pone toda su energía en salir a la búsqueda de su hijo.  “Mamá no se quería dormir porque pensaba que Raúl podía llamarla por teléfono y quería estar atenta”.   Cielo, recuerda que por entonces una amiga le llevó la medalla de una virgen de Italia y que su madre la enganchó con un broche en el corpiño. Esa noche, después de descansar un rato, Rita se despertó temprano y le dijo a su hija: “A Raúl lo mataron porque estuvo acá al lado mío”. Para esto, el broche con el que sostenía la medalla se había cerrado dejándola caer. A las pocas horas les informaron que el cuerpo de Raúl había sido hallado sin vida. “Lo que sucedió esa noche fue impactante, dice Cielo. Mamá era muy intuitiva”, y agrega: “Trajimos el cuerpo de Raúl a Chivilcoy y al menos pudimos darle sepultura y cerrar la historia; y no sufrir esa realidad tremenda que viven las Madres a las que les queda una herida abierta, latente. Una vez, una madre me dijo que quisiera tener, aunque sea una falange del dedo chiquito de su hija y un lugar donde ir a recordarla. Saber que había algo de ella ahí. Con eso se conformaba. En todas las sociedades por más tribales que sean, existe toda una simbología de la muerte que es muy importante. Dar honor al que muere, enterrarlo es un ritual fundamental”.

La Razón de Chivilcoy del 4 de julio de 1976 informaba acerca de atentados contra efectivos de la Guardia Militar de Campo de Mayo, en las proximidades del Arsenal Esteban de Luca, en la localidad de Boulogne, zona norte del Gran Buenos Aires; y en Bancalari. Bajo el título “Abatieron a otros 19 extremistas” comunicaba que “delincuentes subversivos” habían sido abatidos por las fuerzas de seguridad en distintos enfrentamientos. Así nos informaban en Chivilcoy. En estos términos se expresaba nuestro diario más leído, usando expresiones tales como “lucha antisubversiva”, “delincuentes subversivos”, “sediciosos”, “extremistas”. Decía Malcolm X: “Cuídate de los medios de comunicación porque vas a terminar odiando al oprimido y amando al opresor”.

Raimundo reconocía que desde la muerte de su hijo, nunca más pudieron ser los mismos: “esta tragedia nos obligó a una revisión de nuestras posturas frente a la tremenda complejidad de la política y su dinamismo. Nosotros, como hombres idealistas —me refiero a los que fuimos activos, no a los que cayeron por casualidad o por error— pensábamos que era un deber ineludible transmitir a nuestros hijos esa corriente de pensamiento progresista y también, posiblemente influidos por la Revolución Cubana, pensábamos que eran posibles las revoluciones de tipo idealista y que bastaba el enunciado de la generosidad del programa y de las intenciones, para que estas cosas marcharan.  De esa manera empujamos a nuestros hijos a la militancia. A mí me parecía que era posible y así se lo dije a mi hijo… Lo cierto es que ellos abrieron sus pechos para recibir las balas… Fue un verdadero desastre. Me vi obligado a revisar mis convicciones ideológicas y todo eso nos trajo un quebranto tremendo”.

Cielo nos cuenta que Rita nunca bajó los brazos: “Mamá se reunía con otras Madres en la Plaza de Mayo y también participaba de las reuniones a pesar de que ella ya estaba enferma”.

Ya con el retorno de la democracia la Asociación de Derechos Humanos de Chivilcoy invita a nuestra ciudad a Hebe de Bonafini y después de un encuentro público, abierto a toda la comunidad, la recibe en su casa.

Rita falleció en Chivilcoy a los 74 años, el 15 de enero 1994, después de padecer un cáncer de pecho.  Como bien señala Cielo, esta enfermedad es recurrente en madres que pierden a sus hijos.

Decía Walter Benjamin: “Ni los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer”.  Por eso estas líneas biográficas. Por eso este proyecto.

“No hay muchas fotos de Raúl”, nos cuenta su hermana. “El departamento que teníamos fue allanado, lo destrozaron, lo rompieron todo. Lo que no rompieron se lo llevaron y entre todas las cosas que se llevaron están las fotos, porque obviamente las fotos les servían de mucho”.  

Rita, Raimundo, junto a Jorge Cosimano, compañero de vida de Cielo, hija del matrimonio

Detalle de la foto de Rita

Raimundo y Rita                                                                               Raúl Moro

Raúl con su sobrina Laura. (Gentileza Cielo Moro)

Escuela Normal. Sección Comercial. 5to. Año. 1967. Raúl es el cuarto de la segunda fila.

(Foto gentileza de la familia)

Foto que Laphitzborde, compañero de la 4° reserva del Club Gimnasia, regaló a Cielo Moro. Torneo 66/67-Estadio Federación. Raúl es el segundo de la primera fila.

Colocación de las Baldosas de la Memoria.  En la foto Cielo Moro, y su compañero Jorge Cosimano.

El tiempo fue desgastando las baldosas de la memoria.  Este año el Colectivo por la Memoria      

Chivilcoy renovó las mismas.

“Una secuencia de fotos funciona entonces

como una pequeña narrativa de sueños con memoria”.

 Minor White.

Adelina Ethel Dematti[3]

“Ahí está ella, incansable, herida, pero decidida a no dar treguas. Tan resuelta como valiente, y con una calma que solo puede tener quien habiendo perdido tanto ya no teme a nada y a nadie. Los ojos de quienes la observan están humedecidos de emoción, de tensión, de impotencia… vaya uno a saber. Estamos ante una mujer que sufrió mucho, que lloró mucho, y tal vez por eso nunca renunció a esa sonrisa mansa. Sí, allí está ella, como estuvo siempre. Ahora con su bastón y sus 86 años. Pausadamente se sienta frente a un tribunal silencioso. Adelina Dematti de Alaye no declarará ante la Justicia solo para dar testimonio sobre el secuestro y asesinato de su hijo. Lo hará por los hijos de todas las madres que ya no están, lo hará también por nosotros. Entonces con aplomo y gravedad mira al Tribunal y dice: “Mi testimonio será extenso. Pasaron más de 35 años...”

Adelina Ethel Dematti, viuda de Alaye, nació en Chivilcoy en 1927. Era hija del italiano José Esteban, y Clementina Luisa Maggi, hija de italianos. Todos sus estudios primarios, secundarios y terciarios, los hizo en la ciudad de Chivilcoy recibiéndose de maestra primaria en 1946 y de profesora de educación preescolar cuatro años después. Su primera actividad como maestra la desarrolló en Tapalqué. Allí inauguró en 1951 junto con su hermana Alicia, el primer Jardín de Infantes. Alicia, que le llevaba ocho años, además de su hermana fue amiga y compañera durante toda su vida. Adelina, al poco tiempo de sus inicios docentes fue titularizada y pasó a trabajar como efectiva en Carhué. Corría el año 1952, y el espíritu emprendedor de Adelina la impulsó a inaugurar otro Jardín de Infantes de la localidad.

En febrero de 1952 se casó con Luis María Alaye, matrimonio del cual nacieron Carlos Esteban y María del Carmen. Carlos nace en 1955, y ante el cambio de autoridades educativas motivados por el golpe de estado, Adelina solicita un traslado a Azul “para estar cerca de su familia que vivía en Chivilcoy o cerca de la familia de su marido que estaba en Azul… Tres años después nace María del Carmen. Pero es por entonces cuando comienzan duros avatares de la vida, como lo llama Adelina: “Yo quedo viuda, pido traslado, teniendo la opción de irme cerca de mi familia en Chivilcoy, pero entendí que no era lo mejor para los chicos, porque iban a estar sobreprotegidos y eso no era bueno... Mis hermanas eran muy protectoras. Acá en La plata tenía a Alicia que vivía en City Bell, con la misma profesión que yo. Entonces pedí traslado. Ella era la madrina de mi hija y trabajaba en el tribunal… y me dice ‘mirá que La Plata es dificilísima’. Mi idea era aumentar un poco mis ingresos”.

                Definitivamente se decide y toma el cargo vacante de Directora en Brandsen. Luego en 1968 gana un concurso como inspectora interina, cargo que ejercerá por el término de cuatro años. En 1973 Carlos terminaba el secundario en el Normal 3, y en 1974 “ya estábamos pensando venirnos a vivir directamente para La Plata. Teníamos comprado un terreno donde vivir y nos instalamos”, resume. En la primavera de ese mismo año, nació Florencia, hija de Carlos Esteban, y luego nacieron los tres nietos que le diera su hija: Julián, Juan Cruz y Emiliano. Adelina renunció a su cargo para poder ejercer sus actividades docentes en la Ciudad de La Plata, su último lugar de residencia. Adelina concluye: “En 1977 se termina abruptamente mi proyecto de vida cuando salí a buscar a mi hijo”. Carlos estudiaba Psicología en la Universidad Nacional de La Plata, al igual que su compañera. Además, hacía un curso de Tornería. Militaba en la Juventud Universitaria Peronista, la JUP. Por entonces también trabajaba en una empresa renunciando a su cargo el 30 de abril, unos pocos días antes de su desaparición. El 9 de mayo, con el ingreso aprobado entraría a trabajar en Astilleros de Río Santiago.[4] Ya casados, Carlos e Inés Ramos[5] se fueron a vivir a una casa en Ensenada. Su hija Florencia nacería después de su desaparición, cuando Carlos tenía 21 años.

El 5 de mayo de 1977, en pleno día, cerca de las 19:30 horas, Carlos fue secuestrado a pocas cuadras de su domicilio en Ensenada, una zona que estaba bajo la responsabilidad del capitán de Marina Herberg, a cargo del Grupo de Tareas N° 5. Adelina entiende que Carlos había sido delatado y había caído en una emboscada. Según datos aportados por testigos, del operativo participó un grupo fuertemente armado vestido de civil, entre quienes posteriormente se reconoce a miembros de la CNU y de la Marina. Con el tiempo, Adelina se enteraría que Carlos habría estado secuestrado en el Centro Clandestino de Detención La Cacha.

A partir del secuestro, Adelina cuenta que comenzó a buscarlo por todos lados[6]. “Lo llamé al Dr. Balbín y me dijo que había que hacer un Habeas Corpus, derivándome a otro abogado que dentro del partido se encargaba de hacer estos trámites”. Adelina se refiere al Dr. Cortelesi. Pero luego habla con un profesional conocido de su hermano de las épocas de Chivilcoy, el Dr. Rafael Marino, de La Plata, que provenía del radicalismo y militaba en ese momento en el Partido Intransigente. Después de unos días realizan el primer Hábeas Corpus. Lo presentaba semanalmente en todos los juzgados y hasta en el Ministerio del Interior ―relata Adelina―, pero me decían que no estaba preso, que estaban buscándolo. También me acerqué a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos”.  Días después, Adelina va a la casa de su hijo, y los vecinos sabiendo que en la misma había efectivos militares, la alertan para que no entre. Por estas familias vecinas que querían mucho a Carlos, Adelina se entera que el comando represivo habría irrumpido en la casa con altoparlantes y que uno de ellos gritaba que salieran los que estuvieran en el interior de la casa. Inmediatamente comenzaron a tirar sobre paredes y ventanas haciendo grandes destrozos.

De regreso, después de unos días, Adelina con un fotógrafo encuentra la casa saqueada. Se habían llevado muebles, cubiertos, ropa, adornos, hasta la alacena de la cocina. Solo quedaban tres objetos: un cuadro colgado con fotos de la cara de niño de Carlos, la parte de arriba del placard, y una cama antigua con respaldo de bronce. La pared principal del comedor tenía una pintada en aerosol que aludía a la agrupación montoneros.

El 20 de abril de 1977, Adelina regresa a su departamento y comprueba que su casa también ha sido violentada: puertas rotas, un gran desorden, objetos de valor que ya no estaban y unas fotos de su hija María acomodadas de manera inquietante sobre el escritorio. Ante esta situación, Adelina decide proteger a María, más aun sabiendo que algunas de sus compañeras habían sido secuestradas en el hall de entrada de la Escuela Técnica (7 y 34) donde trabajaba. Si bien dos de ellas habían regresado, de las otras compañeras no había información de su paradero.

Esa noche Adelina duerme en City Bell, en casa de su hermana Licia y su cuñado. Luego, evalúa buscar un lugar más seguro, ya que era previsible que la buscaran en casa de familiares. Esto la lleva a tomar distancia de su hermana que por entonces desempeñaba el cargo de secretaria del Ministro de Educación, el general Solari. Finalmente, Licia renunciaría al cargo por oponerse a medidas arbitrarias que dejaban cesantes a compañeros de trabajo. Adelina estaba orgullosa de esta valiente decisión de su hermana.

Los primeros encuentros de Adelina con otras madres constituyen páginas ineludibles en esta historia.[7] Tras mandar varias cartas al Ministerio del Interior y ante la falta de respuestas acerca del paradero de su hijo, Adelina acudió al Padre Berg en la Conferencia Episcopal del Arzobispado de La Plata: Él me escuchó, anotó el teléfono para comunicarse conmigo y me preguntó: ‘¿usted ya fue a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos?’ Le dije que no. Entonces fui a la Asamblea y me dijeron que tenía que hacer un testimonio, escribir el nombre, el número de documento, la edad de mi hijo y lo que supiera acerca de cómo lo llevaron, pero que allí no lo podía hacer por seguridad.

En aquel lugar Adelina observó y escuchó a otra señora que también buscaba a su hijo. La esperé para conversar. Fuimos a un bar y ahí la señora me dijo que su hijo era médico y estaba secuestrado desde el año 76. Yo me asombraba por el tiempo que llevaba buscando a su hijo y todavía no aparecía. Era “Juanita” (por Juana Pargament, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo). Ella me dijo: ‘me voy a arriesgar a hacerle una invitación, porque la vi tan dolida y tan firme pidiendo por su hijo’. El riesgo era que yo fuera un enemigo. Entonces me dijo que con otras madres se estaban reuniendo a las 15:30 en Plaza de Mayo los días jueves. Pero el jueves anterior, la policía las había hecho circular y entonces se citaron para el próximo jueves en el atrio de la Iglesia San Francisco. Ese día fui al atrio de la iglesia. Había veinte personas y exagero… Una me dijo que hacía seis meses que buscaba a su hijo, otra un año y medio. Yo me quería morir porque pensaba cómo esto podía ser así, tan largo…

Continuando con su relato afirma Adelina: El jueves siguiente, me estoy bajando del taxi y una señora me dice que la reunión en la iglesia no se iba a hacer y que me fuera a la plaza de Retiro. Yo miro enfrente, hacia el Ministerio de Acción Social, y cada metro y medio había una persona de uniforme con un arma grande que apuntaba para el atrio de la iglesia. Nos estaban esperando. Dos reuniones y ya habían montado esto. Ese día no llegamos todas a la plaza de Retiro. Hablábamos de a dos para ver qué hacíamos, hasta que alguien dijo: ‘se va a la Plaza de Mayo la semana que viene y punto’.

Antes de la conformación de este grupo de madres, ya había surgido la iniciativa de reunirse en Plaza de Mayo: La que había propuesto la primera reunión del sábado 30 de abril de 1977 fue Azucena Villaflor. En uno de esos días, haciendo cola en el Ministerio del Interior, dijeron de reunirse en la plaza porque allí es donde se han hecho históricamente los reclamos. Además, siempre que hablabas con alguien que conocía la situación, te decía que nunca había que reunirse en lugares cerrados porque, aunque no garantizaba nada, en lugares abiertos por lo menos alguien veía lo que sucedía. De los que estaban en la cola, un señor propuso que se reunieran el 30 de abril. Fueron, pero como era sábado no podían peticionar; todo estaba cerrado. Ahí se organizaron para ver qué día de la semana nos podíamos reunir, y quedó los jueves de 15:30 a 16, y eso se respetó a rajatablas.

Nos sentábamos en los bancos de la plaza y empezábamos a contarnos cosas, porque en ninguna plaza, y menos en la de Mayo, podía haber más de dos personas paradas hablando. Si había tres ya te decían que circularas. La primera vez que caminamos llovía a morirse. Teníamos las polleras llenas de agua estando sentadas, y entonces una propuso caminar hacia donde está el monumento frente a la Casa de Gobierno y de ahí volver hasta la pirámide.

Al cumplirse el primer aniversario de la ausencia de su hijo, Adelina, al igual que otras madres, logró que publicaran un aviso en el diario convocando a una misa “por él y por todos los que estuvieran en idéntica situación, por su recuperación física y espiritual”. El país estaba desolado por el terror. A través de avisos en clave, publicados periódicamente en el diario La Prensa, ella encontraba una forma de comunicarse con su hija que estaba en el extranjero.

En noviembre de 1977, madres y familiares de desaparecidos se habían convocado frente al Congreso de la Nación para hacer entrega de peticiones por los desaparecidos. El encuentro fue reprimido. Alrededor de 400 personas fueron llevadas detenidas. Nos llevaron en el micro 60 a la comisaría 15. Había también periodistas extranjeros. (…) Esa fue la primera vez que me detuvieron. La segunda vez me hice llevar presa yo, porque estaban deteniendo a dos madres de La Plata, una de ellas era “Ñata”, que tenía problemas motrices. La otra era Laura Rivelli. Y yo pensé que Laura no iba a poder sola con “Ñata”.

Adelina recuerda vivamente que a partir de una publicación y solicitada en el diario La Nación, con fecha 10 de diciembre de 1977 “muchos familiares fueron perseguidos y varias madres fueron desaparecidas”.

“En junio del 78, durante el Mundial, nos vinieron a ver los periodistas del exterior. Ese día gritábamos: ‘Que digan dónde están los desaparecidos. Con vida los llevaron, con vida los queremos’”.

Por momentos el relato de Adelina parece saltar cronologías y espacios, y repetir escenas, como si eso poco importara, y la energía se centrara en describir su apasionada búsqueda de verdad y justicia, esa que prolongó hasta sus últimos días. Entonces relata: Ahí me encontré con otra señora que al verme tan dolida me invitó a reunirme con otras madres en la Plaza de Mayo los jueves a las 16 hs, pero como nos echaban, nos reuníamos en la Iglesia de San Francisco en Alsina y Defensa. Éramos alrededor de 20 madres cuando fui por primera vez. Ahí la conocí a Azucena sentada en la escalera de la Iglesia. Me cuentan que la semana anterior había ingresado otra madre y era de La Plata: ahí estaba Hebe de Bonafini. Me volví sin nada. La segunda vez, el 9 de junio, bajo de un taxi y una señora me invita a ir a la reunión de la Iglesia en Retiro. Las rejas estaban cerradas y en la vereda había uniformados de verde con las armas apuntando hacia el templo. Al llegar, noto que éramos menos y quedamos de acuerdo en ir a la Plaza a partir del próximo jueves. En La Plata, a partir del 79, comenzamos a caminar todos los miércoles en la Plaza San Martín.

Podemos ver en lo que va de esta breve biografía a una mujer que no acata el rol asignado a la mujer de ser la guardiana del hogar, sin que eso haya significado una desatención de las necesidades de sus hijos, sobre todo a partir de la muerte de su compañero. El secuestro y desaparición de su hijo significará un quiebre inevitable en su vida que, sin embargo, lejos de paralizarla la llevó a convertir tanto dolor en lucha y acontecimiento político. Podríamos afirmar que la Adelina docente trasladaba sus energías y convicciones de siempre a un territorio duro de enfrentar, el de la lucha por la verdad, la justicia y la construcción política. Tan es así que en poco tiempo podremos verla como una de las fundadoras de la organización Madres de Plaza de Mayo de La Plata; integrando la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y siendo secretaria de Derechos Humanos de la Municipalidad de la capital bonaerense. También fue parte de la Comisión Provincial por la Memoria. Si ayer fundaba jardines para la educación hoy funda y trabaja en organizaciones que enfrentan las políticas de los dictadores, y ya en democracia impulsa proyectos de juicio y castigo a los culpables. En nuestra ciudad Será nombrada Ciudadana Ilustre al igual que en La Plata y en la Provincia de Buenos Aires.

En 2009, Adelina recibió del Congreso Nacional la distinción “Mayores Notables Argentinos” y un año después la Universidad Nacional de La Plata le extendió el diploma de Doctora Honoris Causa. Impulsó con su militancia los Juicios por la Verdad que abrieron el camino al proceso de Memoria, Verdad y Justicia.

Escribió el libro La marca de la infamia. Asesinatos, complicidad e inhumaciones en el cementerio de La Plata[8], que publicó antes de declarar y reeditó después con la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia de la Nación, donde también trabajó como asesora. Esa investigación de 1.635 fojas fue un trabajo al que dedicó su vida, para el que revisó legajos, libros del cementerio, causas judiciales y miles de papeles y relatos. Adelina se obstinaba en tener un registro minucioso de todo. Algunos la llamaban la madre de la cámara porque a todos lados iba con ella.

En el año 2006, todo el archivo Adelina Dematti de Alaye fue digitalizado. Un año después, en agosto de 2007, el trabajo de Adelina fue declarado por la Unesco “Memoria del Mundo” y “Patrimonio Documental de la Humanidad”. “De cada papel, cada documento, cada trámite que tenía que hacer, guardaba una copia”, contaba. Lo guardaba todo porque abrigaba la esperanza del encuentro con su hijo. “Porque yo decía: ‘Cuando él venga, que vea qué pasó mientras no estaba, que no lo olvidamos’. Yo empecé a juntar la memoria para mi hijo. Y un buen día me di cuenta de que no era así”.

En junio del año 2019 fue habilitada en la Casa de la Provincia de Buenos Aires, ubicada en avenida Callao 235, de la ciudad autónoma de Buenos Aires, la muestra itinerante “Un archivo, todas las luchas”, que expone todo su trabajo de documentación, registro y denuncia que durante tantos años, hasta su muerte, llevó con obstinada convicción. Este proyecto estuvo a cargo del Archivo Histórico Provincial y la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense y fue presentado en cuatro unidades temáticas: “Carlos ALaye”, “Acciones judiciales”, “Cementerio, OEA y Madres”, y “Archivo Histórico”.

En 2014 le diagnosticaron anemia crónica, una enfermedad que la obligaba a hacerse transfusiones de sangre y le robaba fuerzas. Así y todo, la lucha de Adelina se mantuvo intacta hasta sus últimos días. Brindó declaración testimonial durante las audiencias del Juicio de Lesa Humanidad por los crímenes cometidos en La Cacha. Allí, presentó pruebas que provocaron la renuncia al cargo del vice decano de Medicina Enrique Pérez Albizu, presentando documentos firmados por él, en donde recepcionaba a los cuerpos NN en el cementerio de La Plata. “Señores jueces, yo solo pido justicia”, fueron sus últimas palabras ante el tribunal.

En Chivilcoy apoyó todos los proyectos de luchas por la memoria, verdad y justicia y se hizo presente en la colocación de las primeras baldosas en memoria de las víctimas del terrorismo de estado en nuestra ciudad.

                Adelina falleció en La Plata el 24 de mayo de 2016 a los 89 años. A cuatro meses de su fallecimiento, sus cenizas fueron esparcidas por Organismos de derechos humanos, familiares y militantes en la Plaza San Martín de La Plata. A un mismo tiempo, la agrupación HIJOS regional La Plata, plantó un ginkgo biloba, conocido como el árbol de la vida y cuyas hojas semejan a los pañuelos. Otra parte de las cenizas de la Madre fueron esparcidas en Plaza de Mayo, durante la tradicional ronda alrededor de la pirámide y en Chivilcoy, su ciudad.

El fotógrafo chivilcoyano Daniel Muchiut nos relata que en una oportunidad, reunidos con Adelina y un grupo de compañeros conversaban sobre el sentido de la histórica frase “Nunca más”, cuando esta los interrogó diciéndoles “¿Nunca más qué?”. Esta mujer intensa y enérgica, capaz de interpelar a cualquiera con un solo enunciado, también sabía de honduras y silencios, porque el dolor no había pasado en vano por su vida.

Adelina solía repetir un gesto con los jóvenes: les tomaba la cara con ambas manos sin despegar sus ojos de la mirada del otro. Era un gesto de ternura, y a un mismo tiempo una victoria secreta de esas mujeres, a quienes el horror que las despojó de tanto no pudo arrebatarles el amor.

“Toda foto, expresa una doble condición: participa a un mismo tiempo de algo que se perdió o se pierde y de algo que pese a todo se retiene. Esa huella que es la foto testimonia lo perdido y a la vez lo contrarresta en parte, para que no se pierda del todo. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando es la propia foto lo que por alguna razón se perdió? ¿Qué pasa cuando se la extravió o se la desechó? ¿Y qué pasa cuando se la encuentra…?”              

                                                                                                                                          Martín Kohan

Daniel Muchuit nos trae el recuerdo de un día que en su departamento le pidió a Adelina si podía mostrarle algunas fotos de su hijo. Como quien se fuga del tiempo y el espacio e ingresa a un santuario, inició ese conmovedor ritual del pañuelo, una seña que la autorizara a entrar en el cuarto de su hijo. Daniel retuvo parte de esta liturgia con su cámara.

Ambas fotos fueron sacadas por el fotógrafo chivilcoyano Daniel Muchuit

Mural de “La Maquinaria Colectivo” pintado en Chivilcoy en homenaje a Adelina. Calles Moreno entre Castelli y Dorrego

Mural en homenaje a las Madres en la Escuela Normal de Chivilcoy. En los primeros días de 

             enero de 2016 fue atacado con agravios, que son una muestra del discurso y la práctica

             del odio al que nuestra ciudad no está ajeno para nada.

Retrato de pequeño de Carlos Alaye, hijo desaparecido de Adelina. Se puede observar el extremo inferior derecho roto durante el operativo de un grupo de tareas que irrumpió violentamente en su casa. Foto extraída de: “Un museo virtual con objetos que eran de desaparecidos”, Perfil, jueves 27 de enero de 2011. Disponible en: https://www.perfil.com/noticias/sociedad/un-museo-virtual-con-objetos-que-eran-de-desaparecidos-20110127-0023.phtml

                                                                       (Detalle de la foto)

En la histórica Plaza de Mayo Adelina levanta el cartel con la foto de Carlos.Foto extraída de “Adelina, la Madre que documentó la búsqueda de su hijo”, La Tinta, 7 de marzo de 2017

Disponible en: https://latinta.com.ar/2017/03/adelina-la-madre-que-documento-la-busqueda-de-su-hijo/

Adelina dialoga con el funcionario encargado de Derechos Humanos en la comuna, Roque Langelotti.

Foto gentileza de la familia de Adelina.  Carlos con su hermana en la niñez

Adelina, la madre fotógrafa, con su mirada puesta en su hijo Carlos. (foto gentileza de Daniel Muchiut)

Foto extraída de http://www.archivoliterariochivilcoy.com/fallecimiento-la-madre-plaza-mayo-chivilcoyana-adelina-e-dematti-alaye-2016/img_20160526_103550/.

                              Foto de Carlos Alaye.  Tiempos de los pantalones Oxford.  Archivo familiar.

El pantalón de Carlos.

Adelina presente en la vereda de la que fuera su casa y el homenaje a su hijo Carlos

Renovación de la baldosa de la memoria desgastada por el tiempo en homenaje a Carlos Alaye.

Carmela Prizzi[9]

 “El nombre completo de mi mamá es Carmela Prizzi. Mami lo corrigió ya de grande porque los ocho hermanos que eran, tenían distintos apellidos y eso dependía de lo que entendían los secretarios del Registro Civil”, cuenta Graciela. Lo que Carmela no tuvo necesidad de corregir ni enmendar fue su corazón. Pocos conocen su fecunda militancia en Madres desde las primeras horas de su fundación.

María Cristina, sobrina de Carmela nos cuenta: “Carmela, Carmen para toda la familia, ¡qué mujer maravillosa! ¡Cómo nos marcó desde la infancia! Amaba Chivilcoy, su ciudad natal.  Desde siempre la recuerdo viniendo a vernos con su hermana mayor, la tía Paquita, como le decíamos. Eran dos mujeres maravillosas, fuertes, como mi madre, cuñada de ellas.  Parecían todas hermanas de tan parecidas que eran. Mujeres inteligentes, amorosas, dinámicas, siempre preocupadas por la familia. Se amaban. La educación de sus hijos era algo prioritario para ellas, mujeres que apenas habían ido a la escuela primaria. La muerte joven de Paquita, su hermana mayor, fue un golpe duro para Carmen.  Eran muy compinches”.  “Yo era una niña.  En esos años de nuestra niñez y adolescencia ellos viajaban frecuentemente a Chivilcoy.  Solían pasar las vacaciones. Nosotros, con mi madre, también acostumbrábamos ir a Lanús y esto hacía que la relación fuera muy cercana”.

Ismael Arone, reconocido periodista chivilcoyano, nos cuenta que recuerda a Carmela como una querida vecina del barrio popular de la Plaza Varela. “Cómo no recordar a los famosos hermanos peluqueros Prizzi. Yo le compré a Carmela el lote en donde hoy estoy viviendo, allá por 1982. Los Prizzi son todos muy buenas personas. Queda poca gente como esa”. Los ocho hermanos tenían distintos apellidos que variaba dependiendo de lo que entendían los secretarios del Registro Civil, nos cuenta su hija Graciela. María Cristina relata: “Se interesaba por el árbol genealógico y conocía todos los parentescos de los Prizzi. Había conseguido la partida de nacimiento del abuelo Calogero Prizzi, inmigrante italiano (en Argentina luego lo llamaron Carlos) y en base a eso corrigió su apellido, mal escrito, como también lo está el nuestro, Prizze, que no fue corregido”.

Estaba casada con José Manuel Lago, “un tipo muy comprometido socialmente”, según testimonio de Pablo Martín Ramos[10]. “El abuelo iba a la sociedad de fomento a jugar a las cartas y terminaba siendo el presidente. Tenía una gran capacidad de liderazgo y lo demostraba en cada espacio en el que participaba. Era un tipo solidario tanto como la abuela. Quizás él sabía un poco más de política, pero ella se hizo una bandera con la lucha y con el amor. Muy alegres los dos… Tenían unas sonrisas hermosas”.   Carmen lo amaba nos dice su sobrina: “Mi tío era muy divertido, amoroso, familiero, muy locuaz, de carácter muy fuerte cuando de defender las causas justas se trataba”. José Manuel era carpintero y había trabajado en distintas madereras. Se había criado con una tía en el barrio de la Plaza España. Sabemos por su sobrina que allí estaba la casa de la tía, donde Carmen venía a quedarse algunos días casi todos los meses.  En ese barrio tenía amigos.  Peronista de la primera hora, participante activo de aquellos comienzos, era un hombre con piso histórico. Fue delegado sindical, defensor de sus compañeros “a tal punto de haber perdido trabajos por esa cuestión”, relata su sobrina.  “Jamás traicionó a sus compañeros ni se alió con dirigentes corruptos, antes prefirió retirarse. Íntegro, leía mucho, era muy instruido.  Estuvo en la Cooperadora del Hospital Eva Perón de Lanús y en las sociedades de fomento de los barrios donde vivió llevando trabajando por las necesidades de la comunidad.  Toda la familia lo amaba a este hombre con esas características. Yo me quedaba asombrada escuchándolo hablar. Carlos tenía la base ahí, entre el padre que era un ser excepcional, sensacional, una persona increíble, y Carmela”, concluye su sobrina.

Carmen unía a toda la familia, los que estaban en Chivilcoy y los que por diversas circunstancias se habían ido a vivir a Buenos Aires y otros lugares, recuerda María Cristina.  “Se comunicaba con todos, siempre dispuesta a ayudar donde hiciera falta.  Por medio de ella nos enterábamos de la vida de toda la familia. Tenía una memoria prodigiosa.  Era un placer escucharla contar historias familiares y anécdotas de su infancia y juventud.  Así era Carmen, una mujer que se interesaba y amaba a toda su familia.  También era amada por todos nosotros.  Amable cordial, alegre, factor de unión familiar”.

Cuando eran jóvenes, al igual que muchos otros chivilcoyanos, Carmen y José se fueron a Buenos Aires en busca de trabajo.  Vivieron primero en Lanús, más precisamente en Valentín Alsina.  Luego se mudaron a Lomas de Zamora. Carmela y José Manuel tuvieron dos hijos, Graciela y Alberto Carlos o Carlitos, lo llamaban algunos, otros por su segundo nombre, Alberto. Su hijo había nacido el 31 de Julio de 1946[11] en Capital Federal, pero por razones laborales de sus padres vivieron en Chivilcoy hasta los ocho años de Alberto y los cinco de Graciela. “A partir de allí, nos cuenta Graciela, regresamos a la zona sur del conurbano. Él inició la primaria en la Escuela Normal. Siempre estuvimos muy relacionados con Chivilcoy ya que aquí vivían los abuelos y hermanos de mis padres”.

Alberto trabajó desde muy jovencito, lo que lo llevó a terminar los estudios secundarios por la noche; allí fue elegido el mejor compañero. Ingresó a Ciencias Económicas en la UBA. Le faltaban pocas materias para recibirse de Contador. Mientras estudiaba, trabajaba para sostener a su familia. Carmela lo adoraba.

Alberto estaba casado con Susana Zeballos, quien lo recuerda así: “Vivía con alegría. Muy pocas veces lo vi de mal humor. Estudiábamos en la biblioteca parlante, donde se armaban mesas con unas discusiones impresionantes. Recuerdo que a veces, cuando tardaba en llegar y yo me asustaba por temor a que le hubiera pasado algo, le preguntaba, ‘¿no pensás en tu hija?’ y él contestaba: ‘Justamente porque pienso en ella hago esto, ¿cuál es el mundo que le estamos dejando?’ Me parecía de un egoísmo muy grande tener una militancia, andar corriendo por todos lados, viviendo con la maleta hecha, teniendo una criatura; pero lo que él quería darle era mucho más que un juguete, quería darle un mundo mejor.  Tal vez esta manera de concebir la vida a un mismo tiempo que una lección personal sea un reflejo de ese clima y de aquellos valores que vivieron sus padres.

Carlos, había formado filas en el peronismo revolucionario, y desarrollado su militancia en Montonero en el área de Finanzas, fue víctima de un secuestro operativo el 29 de diciembre de 1975 a las 10 de la mañana en Córdoba, cuando ilegalmente allanaron su estudio contable. La fecha de la desaparición de Carlos nos enfrenta al accionar de la sangrienta Triple A, cuando solo faltaban tres meses para el último golpe militar. “Ahí fue cuando mi mamá comenzó a irse detrás de su hijo, a golpear puertas de comisarías, casa de gobierno, iglesias”, recuerda su hermana. Pero en la búsqueda de Carlos, que es ni más ni menos que la lucha por la Verdad y la Justicia, Carmen no estuvo sola. “Mi papá y mi marido viajaron a Córdoba capital, ya que mi hermano trabajaba allí para presentar un Habeas Corpus. Encontraron una ciudad arrasada, recorrida por tanques de guerra y militares parapetados en trincheras con armas que apuntaban a su gente. Los ciudadanos hablaban en voz baja, sin terminar las oraciones, aterrorizados… En fin, una época que quisiéramos que no vuelva nunca”.

Carmen se entera de la desaparición de Carlos, un 1° de enero, estando en Chivilcoy ya que solían venir a esta ciudad a pasar el año nuevo aquí con el tío José.              El testimonio de María Cristina Prizze, sobrina de Carmela, es fundamental para entender aquellas sombrías horas, ya que ella vivía con Carmela y José en Valentín Alsina trabajando de maestra.  

“Tuve la dicha de irme a vivir con ella y el tío José desde el año 1976 a 1979 en Lomas de Zamora, donde trabajé como maestra cuando tenía 23 años.  Allí recibí el afecto y la contención de ambos, a pesar de la situación que estaban pasando.  Cuando desapareció Carlos, ambos iniciaron la búsqueda. Nunca pararon.  Fueron a Córdoba, donde Carlos trabajaba.  Carmen nunca bajó los brazos, tenía la esperanza y ponía toda la fuerza para encontrar a su hijo.  Varias veces fue a Córdoba. La primera vez la acompañó su hermano, otra vez mi madre, mujer también valiente y decidida.  A partir de allí la búsqueda fue constante: Habeas Corpus, recorrer lugares, averiguar.  Nunca se la vio vencida ni abatida.   Corría el año 1976 cuando me fui a vivir con ellos.  Acompañé a Carmen muchas veces a la Casa de Gobierno.  Los milicos habían subestimado a las madres y para tenerlas entretenidas las citaban al Ministerio del Interior, para darles, decían, información que nunca conducía a nada.  Carmen siempre repetía “a alguien más tiene que pasarle lo mismo que a nosotros.  Tenía la íntima aspiración de encontrar a otros, otras a quienes les pasara lo mismo. Pienso que el que busca con tal intensidad termina encontrando.  De esta manera se fueron vinculando entre ellas.  Así, mi tía encontró a otras madres a las que les pasaba lo mismo.  Sí, eran todas las madres que estaban ahí, perdidas, desorientadas, desesperadas buscando a sus hijos, sin poder imaginar que había pasado con ellos.  Se me ocurre que sin pensarlo ni imaginarse los milicos contribuyeron a esos encuentros”.

“Yo recuerdo la Plaza de Mayo —continúa María Cristina— a esas mujeres con ojeras, y las caras de dolor…” Su sobrina recuerda cuando Carmela le presentó a Azucena Villaflor: “Me saludó, me dio un beso. Era como un sol esa mujer, irradiaba una energía y una fuerza increíble.  Para mí fue la que las unió, la que armó el grupo. En esas idas a Plaza de Mayo, recuerdo a otras mujeres, sentadas en los bancos, abatidas, ojerosas.  No se cómo se mantenían en pie.  Esas mujeres tenían, incluida Carmen, a pesar de lo que les pasaba, una fuerza que solo se la debió dar la necesidad de encontrar vivos a sus hijos.  Los milicos la subestimaron, pensaron que las podían entretener, pensando tal vez que pronto se cansarían y dejarían de ir. Cuando se dieron cuenta que no eran unas pobrecitas madres que buscaban a sus hijos y que se estaban uniendo y organizando empezaron a asustarlas.  Ellas se plantaban delante de los Falcon verdes que parecía que las querían pasar por arriba y les gritaban “Vení, pásame por arriba, que me puede importar eso. No se animaron a hacerlo ahí, a la vista de muchos.  En lo sucesivo les hicieron las mil y una para asustarlas, amedrentarlas.  Las llevaron presas.  Las llegaron a poner junto con alguien que estaba muerto. Nada les hizo bajar los brazos a esas mujeres.  Carmen incluida, no le tenían miedo a nada ni nadie.  Lo peor que les podía pasar ya había sucedido.   Por eso no bajaron los brazos ni aun cuando secuestraron e hicieron desaparecer a varias madres, entre ellas Azucena Villaflor. Azucena tenía una luz y una energía impresionante… También había algunas abatidas, tremendamente abatidas. Cierro los ojos y las veo todavía ahí. Yo tenía 20 años y ya estaba recibida de maestra. Sí, yo vi el origen de las Madres”.

               María cristina entiende que estas persecuciones fortalecieron y motivaron aún más la lucha de las Madres.  Por otro lado, piensa que “la prensa extranjera ya estaba enterada de lo que pasaba y contribuyó a que no las hicieran desaparecer a todas”. 

Así siguió Carmen, inclaudicable en la búsqueda de su hijo.  “Solo tuvo una caída, un estado depresivo cuando se enfermó su compañero de vida José Manuel, que luego falleció.  Un tiempo después y luego de recibir mucha contención, Carmen se repuso y siguió adelante con su lucha hasta el fin de sus días”, afirma su sobrina. Con el paso del tiempo esa expectativa se fue desvaneciendo, hasta darse cuenta de lo que había pasado y a pesar de ello seguir en la lucha con las otras madres hasta cuando pudo, por el “Nunca más”.

“Este Gobierno es amigo de las Madres. No hay motivos para estar en contra”, había dicho Carmela, de 84 años el jueves 26 de enero de 2006 sumándose a la columna del sector más combativo de la Asociación. En esa jornada habían decidido poner fin a la marcha, que puntualmente realizaban una vez al año desde 1981. “El enemigo ya no está más en la casa de Gobierno”, explicó Hebe de Bonafini.

Su sobrina concluye su relato diciéndonos: “Lo que conté no lo exagero, no lo digo por simple elogio, así lo viví, y lo sentí y creo que cualquier familiar podría contar lo mismo de este maravilloso matrimonio que tan bien se complementaban”.

María Cristina es también quien nos relata acerca de la felicidad que inundaba a Carmen cuando iba a una plaza fijada como lugar de encuentro de las madres y es testigo de ese sentimiento ya que acompañó a Carmen en varias ocasiones. De esa manera se encontraba con su nuera y su nieta María Victoria que tenía menos de dos años.  “Esa era la forma que tenía de verlas, por razones de seguridad en esa época tan terrible.  Nadie en la familia conocía el paradero de ambas”.

La hija de Carmela, Nidia Graciela Lago, nos cuenta: “Mis hijos y nietos viven a su abuela como si estuviera sentada a la par en cada reunión. Cuando la vamos a visitar en la Pirámide de Mayo, Malena corre contenta: ‘vamos a jugar con las palomas de la bisa… me gustaría acercarme al lugar donde estás para conocerte personalmente’, relata.

Las cenizas de Carmen fueron colocadas en el jardincito al pie de la Pirámide de Mayo, tal como había sido su deseo. Carlos continúa desaparecido.

 

Foto extraída de: Baschetti, R., Militantes del peronismo revolucionario uno por uno.

Disponible en http://www.robertobaschetti.com/biografia/l/10.html

                            Carmela en primer plano sosteniendo el cartel con la inscripción

                              “Hasta la victoria siempre.  Gentileza de la familia de Carmela.

Al cumplirse los 34 años de su fundación. Carmela aparece a la derecha de Eve.

Carmela con su nieta. Foto gentileza de Pablo Martin Ramos.

Carmela Prizzi en una foto extraída del Audiovisual de Madres. En el fondo se puede ver la foto de su hijo Carlos (gentileza de Flavia Prizze)

“La vida es fugaz, se nos escurre. Tal vez el secreto de una foto esté en su capacidad de dar pelea a lo transitorio, en enfrentar lo efímero y retener un aliento. La foto, ¿es la captación de un momento que se ha ido para siempre o es más bien su retorno, una venganza contra el tiempo? ¿Estamos frente a la presencia de una ausencia o ante una ausencia que regresa? Miramos a la foto, pero ella ¿no nos mira también un poco interpelándonos?”

 Del libro “El fuego de su sangre”

Del horror de la muerte a un nuevo nacimiento

A modo de cierre vamos a señalar dos aspectos que nos parecen centrales en la reflexión que venimos haciendo.

En primer lugar, observamos que con poca diferencia de años, estas tres mujeres pertenecen a una generación cuya juventud estuvo atravesada por el horror que sembró en el mundo la Segunda Guerra Mundial, y su vida adulta tiene la marca personal de la tragedia que trajo a sus vidas, y también a las nuestras, la última dictadura en la Argentina. Puede ser apropiado echar mano del concepto “intemperie de la vida con derechos suspendidos” que utiliza Rita Segato en el marco de su análisis de la violencia de género, para alcanzar a comprender la medida del dolor de estas Madres. La imagen no podía ser más precisa.  Hablar de intemperie significa que toda la protección que debía dar la cultura, estado mediante, ha sido suspendida y la existencia ha quedado en carne viva expuesta a una exterioridad que la desgarra.  Más aún, dicha existencia, al ser atravesada por el mismo estado que debía protegerla y en cambio suspende ahora los derechos, nos sitúa frente a lo perverso, lo siniestro, aquello que Freud llamaba lo ominoso.  No se trata de cualquier intemperie.  Precisamente a esto alude el concepto de lesa humanidad: toda la humanidad ha sido herida, lesionada, escarnecida. Estamos tentados a pensar en qué medida, tamaña herida hubiera sido transferida, delegada en nuestra historia a las Madres para que sean ellas quienes lleven el peso del dolor más lacerante de ese mundo roto, estallado en pedazos. ¿Es posible no enloquecer frente a tanto dolor, ante tamaña intemperie? Cuando los militares argentinos llamaron "locas" a nuestras madres, ¿no se reservaron para sí la cordura asesina, como pretende León Rozitchner? Más aún, ¿no es necesario preguntarnos en qué medida esa cordura asesina hizo presa a la población argentina? Nosotros, los cuerdos y racionales, los medidos y de buenos sentimientos, los correctos ciudadanos de la democracia, los republicanos. Nosotros, los legales, los resguardados en nuestros hogares, lejos de toda intemperie. Ellas, las desmesuradas, insolentes, atrevidas, locas de la plaza, de la calle, desesperadas con su grito en las marchas de la intemperie. ¡Mujeres tenían que ser!

             Decimos esto para salir de la falsa comodidad del recuerdo que toma distancia y solo homenajea. Podría ser una perfecta traición al espíritu que animó las vidas de nuestras Madres, la efeméride, la recordación fácil. La memoria reclama algo más exigente de nosotros. Dice león Rozitchner: “no olvidemos que el exterminio también nos toca como amenaza que debemos vencer dentro de nosotros mismos”.[12]   Es por eso que el recuerdo solitario nunca será suficiente, no bastará. Recordis, volver a pasar por el corazón, nos exige acercar el horror de aquello que aparece como distante para transformarlo en próximo y cercano; traerlo a la memoria como imagen presente y familiar, como algo que nos incumbe por ser nuestro y no ajeno. De esta manera aquella existencia pasada se hace presente en lo que ahora vivimos, y echa luz sobe nuestras vidas y nuestra historia.

               En segundo lugar, hay otro aspecto que caracteriza a la vida de estas tres mujeres que queremos remarcar: “Nosotras somos hijas de nuestros hijos, ellos nos parieron”, suele afirmar Hebe de Bonafini [13].  También Taty Almeida relata: “En mi entorno familiar eran todos militares, antiperonistas, gorilas y todo lo que te puedas imaginar, y yo era una de ellas… ¡los pelos me salían por todos lados! Tanto que Alejandro siempre me abrazaba y me decía: ‘Esta gorilita de mierda, cómo la quiero’…Yo me movía en ese entorno… Cuando se llevan a Alejandro yo lo fui a ver a Harguindeguy que había sido oficial de mi padre y jefe de uno de mis cuñados. Agosti había sido compañero de uno de los maridos de mis hermanas y Galtieri fue jefe de mi hermano… Harguindeguy me decía: ‘Señora, son los peronistas’, y yo decía: ‘¡Claro!’. Inspirada por la lucha de su hijo Alejandro, Taty comenzó a ver la realidad con nuevos ojos hasta llegar a decir: ‘Alejandro me parió a mí’. ​Estoy feliz de haber parido a mis tres hijos pero que Alejandro me parió a mí, parió a esta Taty que salió de la nebulosa, que ya no es más gorila, aunque tampoco soy peronista”. [14]

Este concepto es recurrente en muchas historias de Madres.  Simón Rodríguez, maestro venezolano de Simón Bolivar, habla precisamente de la necesidad de ese segundo nacimiento, haciéndose cargo de la herida constitutiva de todo ser humano que viene al mundo incompleto y necesitado de otros.  Tenemos que ayudarnos, unos a otros, a terminar de nacer. Muchas madres aluden a ese nuevo nacimiento que significó en sus vidas la pérdida de un hijo.

Sin embargo, en las vidas de Adelina, Rita y Carmela, existe una cierta discontinuidad de esta lógica que es preciso pensar.  Si en muchas historias de nuestras madres hay un doble movimiento inverso de parir biológicamente al hijo y ser paridas por aquello que el hijo despertó e hizo nacer como nuevo en ellas, en la vida de nuestras tres madres chivilcoyanas la novedad no es tal. En las opciones de vida emancipatorias, de justicia y libertad de sus hijos, vemos la continuidad de algo que recibieron y con lo que se nutrieron en el seno del hogar. Podríamos decir que además de darles la vida biológica a sus hijos, estas madres les propusieron y entregaron una visión del mundo, eso que los alemanes llaman Weltanschauung, una manera de concebir la vida.  Ahora bien, la muerte o desaparición de un hijo significa un terremoto existencial de tal magnitud que inevitablemente interpela los cimientos más sólidos con los cuales edificamos nuestra vida.  En este sentido, Raimundo Moro, ante la desaparición y muerte de su hijo llega a afirmar: “esta tragedia nos obligó a una revisión de nuestras posturas frente a la tremenda complejidad de la política y su dinamismo. Nosotros…pensábamos que era un deber ineludible transmitir a nuestros hijos esa corriente de pensamiento progresista y también pensábamos que eran posibles las revoluciones de tipo idealista y que bastaba el enunciado de la generosidad del programa y de las intenciones, para que estas cosas marcharan.  De esa manera empujamos a nuestros hijos a la militancia”. Cuando Raimundo dice “lo cierto es que ellos abrieron sus pechos para recibir las balas”, no duda en afirmar que “fue un verdadero desastre”, que lo obligó a revisar sus convicciones ideológicas y todo eso les trajo un quebranto tremendo. Podemos pensar, entonces, que si estamos frente a un cierto nacimiento, éste no viene a significar tanto el despertar a una novedad, como refieren Hebe y Taty, sino que más bien expresan una continuidad que es necesario volver a pensar y revisar para que no emerja la mala hierba de la culpa o una falsa responsabilidad. Porque si bien el nacimiento al que aluden aquellas madres fue inevitablemente doloroso, porque paradójicamente lo produjo la muerte de sus hijos, aquel dolor se vio en alguna medida compensado con ese mundo que se abría.  En el caso de las madres vinculadas a nuestra ciudad, el proceso es inverso: hay un mundo que se cierra o que al menos es necesario revisar y que abre una herida en el centro de la propia existencia.

Ambas experiencias podrían complementarse y expandirse en la búsqueda de ese otro nacimiento que nos debemos y al que aludía el maestro venezolano, un nacimiento colectivo e histórico que consiste en un proceso de organización popular que rompa con toda forma de desigualdad y dominación. Se trata ni más ni menos de aquello que tan bellamente expresaba Gabriel García Márquez: "Nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra".

Bibliografía

  • Jelin, Elizabeth. Subjetividad y esfera pública: el género y los sentidos de familia en las memorias de la represión. CONICET – IDES 2011
  • Jelin, Elizabeth 2011 La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria
  • Iramain, Demetrio. Una historia de las Madres de Plaza de Mayo. 1a ed. La Plata: EDULP, 2017.
  • Taborda, T. (2011), Adelina, la loca de amor en la plaza, Alejandro Korn: Arte Visual.
  • Madres de Plaza de Mayo, “Adelina Dematti: una historia de dolor y lucha”, EN40LÍNEAS, 3 de junio de 2014. http://en40lineas.com.ar/nota/121/adelina_dematti_una_historia_de_dolor_y_lucha (acceso 06 de agosto de 2019).
  • “El fuego de su sangre”-Yapor, Enrique-Gusmerotti Germán.  Colectivo por la memoria Chivilcoy. 1a ed. - Chivilcoy 2020. 596 p.
  • Madres de Plaza de Mayo, “Adelina Dematti: una historia de dolor y lucha”, EN40LÍNEAS, 3 de junio de 2014.

http://en40lineas.com.ar/nota/121/adelina_dematti_una_historia_de_dolor_y_lucha (acceso 06 de agosto de 2019).                                

Artículo 5°. Comuníquese, publíquese y archívese.

[1] En las líneas históricas de las vidas de estas tres mujeres puede consultarse “El fuego de su sangre”-Yapor, Enrique-Gusmerotti Germán.  Colectivo por la memoria Chivilcoy 2020

[2] Las entrevistas personales realizadas a Cielo Moro se hicieron en los meses de octubre –noviembre de 2021.

[3] La bibliografía acerca de Adelina es muy abundante.  Tomamos como fuente central el libro “El fuego de su sangre” Memorias de las víctimas del terrorismo de Estado en Chivilcoy-Colectivo por la memoria Chivilcoy. Yapor, Enrique-Gusmerotti Germán. Página 334-350

[4] Cfr. Taborda, T. (2011), Adelina, la loca de amor en la plaza, Alejandro Korn: Arte Visual.

[5] Carlos e Inés se habían conocido en Mar del Plata. Ella era de la ciudad de Mercedes.

[6] Su nuera decide preservarse, y abandona su domicilio para moverse en un destino que la propia familia desconocerá.

[7] Madres de Plaza de Mayo, “Adelina Dematti: una historia de dolor y lucha”, EN40LÍNEAS, 3 de junio de 2014. http://en40lineas.com.ar/nota/121/adelina_dematti_una_historia_de_dolor_y_lucha (acceso 06 de agosto de 2019).

[8] Gracias a esta investigación, en el capítulo 12 titulado “Solo un certero disparo en el cráneo”, Adelina nos trae datos relevantes acerca del crimen de la chivilcoyana Corina De Lívano.

[9] Como en las otras líneas biográficas tomamos material del libro “El fuego de su sangre”-Yapor, Enrique-Gusmerotti Germán.  Colectivo por la memoria Chivilcoy.  Páginas 263-270. Las entrevistas a los distintos familiares que aparecen en el relato son el resultado de entrevistas personales realizadas entre los meses de octubre-noviembre de 2021.

[10] Pablo Martín Ramos es sobrino de Carlos Lagos, hijo de Nidia Graciela Lagos.

[11] Baschetti, R., Militantes del peronismo revolucionario uno por uno. Disponible en  http://www.robertobaschetti.com

[12] Diario página 12: Contra las máquinas del olvido. Para la construcción de la memoria. Por León Rozitchner - Julio 2008; Con todo respeto Por León Rozitchner -septiembre 2009.

[13] Diario Página 12 Lentejas y chocolate para el aniversario de las Madres Hebe de Bonafini y el festejo de los 41 años. 2 de mayo de 2018

[14] Cfr. LIDIA MIY URANGA DE ALMEIDA Madre de Plaza de Mayo - Línea Fundadora. Puede verse: https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/lidia_miy_uranga_de_almeida.pdf